martes, 8 de septiembre de 2009

¿QUÉ ES ESO QUE LLAMAN TRABAJO SOCIAL?

¿QUÉ ES ESO QUE LLAMAN TRABAJO SOCIAL?*

César A. Barrantes A.**

"¡Oh, cuerpo mío,
haz de mí, siempre,
un hombre que interrogue!".
Franz Fanon, ¡Escucha, Blanco!.

A partir de la interrogante ¿qué es el Trabajo Social?, el autor aborda tópicos fundamentales sobre la identidad profesional, que contribuyen a clarificar nuestra especificidad en lo Social. Corresponde a un ensayo que invita a la reflexión en torno a tres grandes temas: 1) El Trabajo Social y su relación con las Ciencias Sociales; 2) El Supuesto de un Enfoque Transdisciplinario de la Ciencia Social y 3) La Definición del Objeto de Estudio e Intervención del Trabajo Social. A través del esquema señalado, el autor propone la reflexión guiada por las siguientes interrogantes: ¿es el Trabajo Social Ciencia, Tecnología o Técnica?; ¿en qué sentido y bajo qué circunstancias histórico-políticas puede serlo o no?; ¿qué tipo de ciencia, tecnología o técnica es? En el segundo tópico, asume la propuesta de un Enfoque Transdisciplinar de la Ciencia Social y las posibilidades de construir metódica y sistemáticamente un concepto de totalidad como recurso Heurístico para la Investigación del Trabajo Social. Finalmente, plantea la cuestión del objeto de análisis e intervención, y la localización del Trabajo Social dentro de las relaciones polisémicas de la Ciencia Social y las vías de argumentación que se inscriben en su estrategia discursiva.
Palabras Claves: Trabajo Social - Disciplina - Objeto - Ciencia - Tecnología - Técnica - Transdiciplina.

Summary
In response to the question, "What is SocialWork?" the author analyzes fundamental topics about Social Work identity that help clarify its specificity in the social realm.. He invites the reader to reflect about three themes: 1) Social Work and its relation to the Social Sciences, proposing the following questions: Is Social Work science, technology or technique? In what sense and given what historical-political circumstances can it be one or the other? What type of science, technology or tecnique is it?; 2) Premise of a Transdisciplinary Perspective of Social Science, with its possibilities of methodic and systimatic construction of a concept of totality as a resource heurítistoc para Social Work research; and finally, 3) Definition of Social Work's Object of Study and Intervention, and the place of Social Work in the polisemic relations of Social Science.
Key Words: Social Work - Discipline - Object - Science - Technology- Technique - Transdiscipline.











INTRODUCCION
El plan que hemos seguido atendiendo nuestra propia subjetividad se desdobla en tres acápites tan íntimamente imbricados que se traslapan entre sí. El primero, “Trabajo Social y Ciencia Social”, pone en el petate la cuestión siguiente: ¿es el Trabajo Social ciencia, tecnología o técnica?, ¿en qué sentido y bajo qué circunstancias histórico-políticas puede serlo o no?, ¿qué tipo de ciencia, tecnología o técnica es?, ¿cuál es el estatuto de su conocimiento y práctica?. Seguidamente articulamos la reflexión en torno a la cuestión del(los) método(s), la necesidad de construir la identidad propia del Trabajo Social (Trabajo Social) y la especificidad de su objeto de intervención planificada, conducente a la organización de una comunidad científica que permita ejercer la vigilancia epistemológica de sus métodos y prácticas. Finalmente, llamamos la atención sobre la separación de cuerpos (para no decir divorcio) existente entre las esferas del Trabajo Social académico y del Trabajo Social institucional-tradicional.
El segundo acápite, como su nombre lo indica, asume la propuesta de un enfoque transdisciplinar de la ciencia Social y las posibilidades de construir metódica y sistemáticamente un concepto de totalidad (lo social como categoría relacional) como recurso heurístico para la investigación-intervención del Trabajo Social.
El tercero, plantea la cuestión del objeto de estudio, la locación ­del Trabajo Social dentro de las relaciones polisémicas de la ciencia social y las vías de argumentación que se inscriben en su estrategia discursiva. Luego de una recrítica a La Reconceptualización, sus reduccionismos e indefiniciones, dejamos abierto el reto de construir nuevos objetos de intervención y reinventar nuevas formas de pensamiento, abordaje y actuación científico-política.
Ahora bien, el tema general que enmarca nuestra exposición es muy amplio y poco transitado por los Trabajadores Sociales, hecho que, por lo demás, lo hace estimulante para aquellos que, por diversas vías y medios no se enclaustran en la rutina funcional a las empresas públicas y privadas en donde laboramos. Conviene, por lo tanto, en aras de un intercambio dinámico y enriquecedor, señalar que no intentamos un tratamiento que agote todas las preguntas concernientes a la problemática teórica que hoy reabrimos a la discusión. Tampoco realizamos una simple aproximación que se disuelva, evocando quizás muy mediatizadamente a Rosa Luxemburgo, en el zig-zag relampagueante de los espacios discretamente sobredeterminados de la vida cotidiana.
Nuestro propósito es pensar en voz alta un cierto recorrido inconcluso, inquiridor mas no inquisidor, de preguntas no-dogmáticas que intentan abrir las respuestas posibles a la construcción de nuevos discursos estratégicos y nuevas estrategias discursivas en los que se materialice la constitución teórica del(los) objeto(s) de estudio, investigación e intervención del Trabajo Social.
Aquí ofrecemos un “collage” bastante surrealista, casi caótico para los lectores menos benevolentes porque da la impresión de complicar más que desentrañar y configurar una imagen menos confusa del Trabajo Social. Pero como descargo, podemos aducir que las limitaciones del texto se encuentran parcialmente en el mismo objeto de nuestra reflexión teórica y en el hecho de que ésta se encuentra en un momento incipiente de constitución investigativa. En consecuencia, posiblemente sólo el acto de plantear mis preguntas esté dando cuenta de mis propios equívocos. No obstante, creemos no estar errados al querer compartir con los lectores estas preocupaciones que no son meras especulaciones intelectuales o academicistas. Son preocupaciones expresamente existenciales, reflexivas en tanto están determinadas por la vivencia cotidiana, por un querer, una creencia y por un cierto saber (inter)subjetivo pero objetivamente sistematizado. De esta manera, la coherencia del discurso se encuentra dada por nuestra intencionalidad de asignarle a esta comunicación una función técnica la cual, a su vez, define la forma y el contenido de estas reflexiones.
Esta función es la de removernos de los asientos para colocarnos en situación de asumir el reto honrosamente aceptado por algunos de nuestros colegas que significa ser un profesional, un técnico, un académico, un cientista social o un "empírico" (quienes sin haber cursado estudios ejercen el oficio de Trabajador Social) eficiente y eficaz, creativo e innova­dor, estudioso y crítico auto­crí­ti­co.
Debo compartir con mis colegas que la mayor carencia que está inscrita en las posibilidades mismas del texto que hoy presento a su consideración, es la ausencia de acústica, de vibraciones que hagan sonoros el silencio y la soledad; es una reflexión a la que le hace falta la riqueza potenciadora del diálogo, la crítica fraterna y la discusión creadora a la que aun no nos acostumbramos los Trabajadores Sociales. No obstante, si al final logro mi propósito de removerlos de sus asientos, me daré por satisfecho transitoriamente. El resto correrá por cuenta de quienes se encuentren en sus ámbitos de trabajo, ámbitos que, entonces, comenzarán a ser considerados, ya no ingenuamente como simples medios de subsistencia, si no, como posibilidad concreta de construcción metódica y sistemática de objetos de estudio, investigación y actuación estratégicamente conducida y efi­cazmente administrada. El debate recién comienza.


TRABAJO SOCIAL Y CIENCIA SOCIAL
Nos preguntamos por el(los) significado(s) diferenciales de los conceptos que intentamos relacionar y por el de cada una de las disciplinas que abarcan teóricamente el vastísimo campo de la sociedad humana, la producción, circulación y consumo de valores tangibles e intangibles de cambio y de uso y la constitu­ción misma de las relaciones sociales y de los sujetos sociales.
No obstante, aquí no abordaremos tarea tan descomunal que por sí misma constituye una problemática multidimensional. Retengamos solamente la tesis de que ninguna ciencia particular es tal o llega a serlo si no es en relación con la totalidad de los círculos productores de conocimientos y saberes, con las estrategias discursivas y la construcción y reconstitución de las verdades (polisémicas, polimorfas, polifónicas, policrómicas) que tienen inscritas en sí mismas relaciones específicas de poder-seducción, las cuales se corresponden con las prácticas de los sujetos de las ciencias históricamente fechadas e interpeladas.
Así, pues, las relaciones inter científicas nos plantean dos pregun­tas más complejas pero absolutamente necesarias y pertinentes; una, cuyo abordaje haremos más adelante: ¿qué tipo de relaciones son éstas: de interioridad o exterioridad?; otra, de la que nos ocuparemos de inmediato: ¿cual es el estatuto que el Trabajo Social tiene respecto de la filosofía y la ciencia específicamente social?.
Una respuesta parcial es la de que su estatuto científico continúa siendo considerado marginal, un subproducto de la ciencia con capacidad seudo profesional. Variadas explicaciones se han intentado al respecto, unas con mayor o menor amplitud y puntualización en el análisis, otras con mayor capacidad descriptiva. Para un tercer punto de vista, a nuestro juicio equívoco, dicho problema ha sido resuelto[1] (1) por la obsolescencia misma de la pregunta de que si el Trabajo Social es ciencia, tecnología o técnica y por la reiteración más que demostración explicativa del argumento unitario entre ellas. El Decreto Reconceptualizador: "el Trabajo Social es una disciplina científica", ha influenciado para anatematizar la cuestión y para que muchos colegas den por sentado la clausura de una problemática teórica cuyo cierre aún no está ni siquiera insinuado para campos del conocimiento tales como la misma Filosofía de la Ciencia. Para una cuarta vía, la de la inercia, no obstante que la conocida crítica a la validez científica del conocimiento ha sido retomada y enriquecida por muchos autores, ésta no ha seducido a amplios grupos de Trabajadores Sociales; la conciencia gremial, profesional y académica[2] no se ha visto mayormente alterada y sólo en algunos casos se ha dado por aludida.
En consecuencia, son válidas las preguntas siguientes:
¿Es posible establecer cuál es la diferencia específica tanto del contenido como de la forma de enfrentar y abordar los problemas, cuestiones y problemáticas de las diversas prácticas: técnicas, empíricas (la de los ''empíricos''), profesionales, académicas, gremiales y políticas del Trabajo Social entre sí y entre los dos momentos históricos que se encuentran mediados "grosso modo" por La Reconceptualización?, ¿qué significa, es decir, en qué consiste (¿es posible caracterizar­lo?) dicho carácter científico?.
Evidentemente, aquí no nos interesamos por las definiciones efectis­tas cuya intencionalidad es persuadir a los lectores de que todo conocimiento considerado no vulgar y legitimado como superior al obtenido por otros medios no institucionalizados ni burocráticamente organizados, debe ser bautizado con el nombre de ciencia. Nos preocupamos por el sello de garantía,­ el registro de marca, el control de calidad (sin que ello signifique, en modo alguno, postular un "garantismo" a ultranza, absolutizante, apriosístico ­y, por ende, formalista y reduccionista) epistemológico que sirve de sustento a la eficacia de la práctica-teórica, de la investigación-intervención científico-políticosocial y sus conclusiones prácticas, entendiendo que éstas responden efectivamente a lo que muy genéricamente se denomina el signo de los tiempos, el reto del futuro de nuestras sociedades capitalistas dependientes periféricas y semiperiféricas. En otras pala­bras, no nos preocupamos por la pregunta estricta de que si en realidad el Trabajo Social es una ciencia o no (aunque sí cabría preguntarse qué tipo de ciencia es), sino, por el modo de su organización y la racionalidad de su funcionamiento referidos a la estructura e intensidad de los intercambios de críticas-autocríticas, documentaciones e informaciones acerca de los proyectos de investigación y actuación profesional, fluidez en las comunicaciones tan­to formales como informales, intersubjetivas y, por qué no, simbólicas entre los Trabajo Social; nos preocupamos por la permanencia y desarrollo de grupos de estudio, discusión e investigación no destructivos; nos preocupamos por la ausencia o presencia de un universo vocabular y categorial propio, básico, adecuado y compartido intersubjetivamente en sus significados sustantivos por el conjunto de tecnoprofesionales que conforman el círculo de Trabajo Social y a partir del cual sería posible constituir y encarnar la especificidad, la diferencia, la razón de existencia misma del Trabajo Social como disciplina tendencialmente científica.
En fin, nos preocupamos por el sistema organizacional que, en sus dimensiones sub­jetivas, consensuales y objetivas tanto sociológicas como sicológicas, permite o no promover y capacitar a los Trabajadores Sociales en el ejercicio del derecho que es, al mismo tiempo, un deber ético y moral de vigilancia, de control epistemológico (Bachelard (1972, 28-40), sea, la búsqueda deseosa de encontrar el grado, si no necesario al menos suficiente y deseable, de consenso estudioso con la normativa científica que desean practicar los Trabajadores Sociales. Y a este respecto, resulta impertinente pensar una respuesta uniforme, dado que existe una gama de opciones necesariamente diferenciables entre sí.
Dichas diferencias adquieren significados cualitativos, es decir, condensados en nuestra perspectiva teórica, justamente en la cuestión del(los) método(s) específicamente del Trabajo Social, cuestión que nos lleva a preguntarnos precisamente -como ya quedó dicho- por el sistema de control de calidad y procesamiento, el cual debe encontrarse interiorizado orgánicamente en el proceso mismo de la producción de conocimientos y acciones metódicas eficientes y eficaces de los Trabajadores Sociales. Con esto queremos decir que, en tanto y en cuanto estos quieran ganar el reconocimiento de su estatuto científico y profesional, es decir, legitimarlo e institucionalizarlo, debe establecer decididamente y con la precisión necesaria sus métodos y la especificidad de los mismos. Al respecto, resulta sintomático el hecho de que el Colegio de Trabajadores Sociales de Costa Rica pretendiera vencer el argumento de la seudoprofesionalidad del Trabajo Social, sostenido por el Servicio Civil (el órgano empleador que asegura la carrera administrativa de los burócratas públicos) con la colaboración de algunos colegas del Sistema Penitenciario, enfrentándole un argumento que por sí solo le da la razón al empleador público. El Colegio adujo que la profesionalidad del Trabajo Social se fundamenta en métodos científicos ­propios que, como el Caso Individual, Grupo y Comunidad fueron abandonados equívocamente por la academia universitaria desde hace aproximadamente quince años, razón por la que quince generaciones de colegas desconocen, si no total al menos parcialmente tales métodos; quienes fueron formados en ellos tienen, en términos generales, por lo menos quince años de no renovar tales conocimientos.
Dada esta situación, ¿en qué capacidad está el Trabajo Social académico de certificar el profesionalismo de sus egresados en el manejo de los métodos clásicos si, por otro lado, el método de investigación-acción escasamente es experimentado por los Trabajadores Sociales en virtud de que no define el perfil profesional aunque sí define un cierto perfil del proceso de enseñanza-aprendizaje del Trabajo Social académico?. ¿Es posible considerar, en estas condicio­nes, la metodología del Trabajo Social una rama o disciplina de la ciencia epistemológicamente fundada?, pregunta que si bien abre la cuestión a una pluralidad de opciones (y si son opciones son más objeto de testimonio que de demostración científica) teóricas y metodológicas, impone como respuesta ineludible la determinación coherente de los objetivos hacia los cuales se deben encarrilar los métodos de que se trate; asimismo, exige la conceptualización de la clase de Trabajo Social y el tipo de métodos requeridos por las actividades prácticas que se llevan a cabo en cada ámbito técnico-profesional y científico-político, a la luz del concepto de ciencia que se imponga como necesario practicar. Existe una conciencia clara entre los Trabajadores Sociales para abordar metódicamente dicha problemática y asumir éticamente las consecuencias derivadas de la incerti­dumbre potenciadora que se encuentra presente en el acto mismo del rexamen, del repensamiento, de la reinvención y de la revaloración de la historia vivida que nos pertenece?.
Hasta hoy (y por algún tiempo más allá del futuro mediato), los Trabajadores Sociales hemos venido trabajando con objetos y sujetos preconstituidos asignados por otros en virtud de una específica división social y técnica del trabajo burocráticamente organizado. Hemos asumido como propios nombres, definiciones, conceptos y categorías establecidas por cientistas, políticos y organismos nacionales e internacionales sin que hayan sido procesados y sometidos a la crítica epistemológica desde el punto de vista de la especificidad de la práctica político-científica del Trabajo Social. Trabajamos con hechos, fenómenos, problemas o "patologías" sociales cuya aspiración a existir como problemática o cuestión teórica desde nuestra perspectiva, es tanto más intensa cuanto mayor realidad social adquiere la no organización científico-política del conjunto atomizado de Trabajadores Sociales. En fin, hemos equivocadamente tomado como marco de referencia o marco conceptual definiciones que no son conceptualizaciones y que, en puridad, deberían servir como simples puntos de referencia para construir nuestros propios marcos teórico-conceptuales en y a través de los cuales adquieran significados sustantivos, específicos, las prácticas diferenciales del Trabajo Social.
Lo anterior expresa la ausencia de criterios direccionales que permitan discernir qué y cómo importamos y qué no de otras disciplinas. Dicha impor­tación se realiza acríticamente como una simple transposición o transferen­cia sin procesamiento o adaptación lo cual, por un lado, produce deslizamientos que impiden centrar la construcción del (o los) objeto (s) de estudio e intervención del Trabajo Social y, por otro lado, obnubila el problema de que si de lo que se trata es de INSTRUMENTAR TEORÍAS, TEORIZAR MÉTODOS O ESTANDARIZAR TÉCNICAS que enriquezcan la caja de herramientas del Trabajo Social. Asimismo, expresa la encrucijada en que se colocan los Trabajadores Sociales al aceptar ingenuamente la ubicación que formalmente les define un espacio de actuación específica, asignada por quienes tienen el poder de establecer la división técnica del trabajo burocráticamente organizado; dicho espacio, a la vez que media entre la institución productora de bienes o servicios y los grupos subalterno-populares, mediatiza el impacto de los programas denominados sociales; se constituye en una zona pletórica de indefiniciones, de indiferencias que fácilmente hacen confundir los objetivos y funciones de la agencia contratadora con los propios del Trabajo Social en tanto disciplina científico-política; es decir, se asumen aquéllos como propios.
La racionalidad institucional, en consecuencia, encajona a los Trabajadores Sociales y éstos interiorizan el mundo del caos burocráticamente organizado; quedan atrapados y sin salida aparente de forma tal que sus acciones político-profesionales y científico-políticas quedan subsumidas y modeladas a imagen y semejanza de la razón burocrática, sus prioridades y valores técnico-políticos y político-administrativos.
¿Qué hacer para superar esta insuficiencia que es también una deficiencia que en nada contribuye a mejorar la imagen desteñida que proyecta el Trabajo Social?. Evidentemente se impone un esfuerzo serio, sistemático, metódico. No basta la búsqueda de eficiencia y mayor racionalidad en el uso de los recursos instituciona­les y en la administración formal de los programas establecidos por la lógica de la burocracia pública o privada, esfuerzo que se deriva de la necesidad de coordinación interinstitucional, trabajo en equipo interdisciplinario, unificación de criterios, etc., nacidos de las experiencias comunes suscitadas a propósito del desempeño de funciones cuyo cumplimiento asegura una relación salarial, una seguridad laboral. Es necesario que el esfuerzo estudioso nos permita acceder a la construcción de objetos de intervención con estatuto científico frente, en y a través de los cuales el Trabajo Social constituya en situaciones concretas -específicas pero cambiantes- su identidad, su "propium". ¿Có­mo?. Innovando formas de acercamiento, de abordaje, de investigación y de conceptuación que le impriman nuevos sentidos, significados y direccionalidades a los objetos y sujetos de estudio y actuación al mismo tiempo que den cuenta de sus diferencias específicas, de nuevos espeso­res y nuevas relaciones entre las formas y los contenidos de sus componen­tes o dimensiones entre sí y con la totalidad en la cual se condensan dinámicamente sus interrelaciones; éstas determinan la per­tinencia misma de las intervenciones profesionales y el carácter de su cientificidad.
En este sentido, afirmamos que "un objeto de investigación por más parcial y parcelario que sea, no puede ser definido y construido sino en función de una problemática teórica que permita someter a un sistemático examen todos los aspectos de la realidad puestos en relación por los problemas que le son planteados." (Bourdieu 1984, 54)

Afirmación que nos remite nuevamente al problema del control epistemológico consistente en determinar la forma y el contenido teórico-metodológico y la intencionalidad cognocitiva, es decir, la táctica y la estrategia requeridas para la producción de conocimientos y la construcción del concepto de totalidad que mediará los objetos de nuestro estudio, comprensión, explicación e intervención metódica.
Con esto queremos decir que es absolutamente necesario someter la práctica empírica y teórica del Trabajo Social a la discusión de la racionalidad epistemológica, como posibilidad concreta de adoctrinamiento o inculcación de una posicionalidad crítica-autocrítica para que los Trabajadores Sociales se coloquen en situación de poder descubrir, en el saber mismo del error y el equívoco así como en el conocimiento de su génesis, una vía promisoria para su superación. Pero, ¿se encuentra el sistema organizacional gremial-profesional habilitado para permitir el ejercicio de la vigilancia epistemológica?, ¿dota el Trabajo Social académico a los estudiantes de los medios teórico-instrumentales y técnico-conceptuales, es decir, de la necesariamente versátil caja de herramientas que, suponemos, debe estar endogenizada en los métodos mismos del taller y de investigación-acción, para que los futuros profesionales queden habilitados para controlar, evaluar y sistematizar su propio trabajo científico-político y político-profesional al servicio mediato o inmediato, mediado o mediatizado de los grupos y clases subalterno-populares?.
Estas preguntas nos llevan, finalmente, a la evocación de un texto (Bourdieu 1984, 25) referido a los sociólogos pero que, por extensión, aplicamos a los Trabajadores Sociales: ¿qué es hacer ciencia?, es una pregunta que invita no sólo a saber qué hacen éstos sepan o no lo que hacen; interroga sobre la eficacia y el rigor formal de sus concepciones, instrumentos conceptuales y operativos y de sus formas de trabajo metódico; pero, fundamentalmente, compromete a examinar no burocrática ni formalistamente, sino, analítica y comparativamente, éstos en su aplicación práctico-empírico para establecer su impacto cuantitativo y cualitativo en los sujetos con quienes se trabaja[3] (3); asimismo, determinar qué objetos de intervención construyen si es que construyen alguno y qué tipo de soluciones ofrecen si es que ofrecen alguna.
Todo lo anterior nos obliga a no eludir los problemas prácticos derivados de la grieta existente entre las esferas de competencia del Trabajo Social académico y del Trabajo Social profesional (empírico, institucional, tradicional). Aquél se ubica en el nivel macrosocial o macropolítico y en la reflexión filosófica o epistemológica en la medida que se apropia la investigación de sus propios fundamentos y de la actividad pedagógica del Trabajo Social en tanto disciplina científica. No obstante, su encrucijada se encuentra inscrita en el interior mismo de sus propias posibilidades y en el enfrentamiento de sus limitaciones: hasta el momento este nivel no ha podido producir métodos capaces de iluminar los procedimientos o formas del trabajo tradicional el cual, dicho sea de paso, contribuye, muy a su pesar, a la reproducción de las relaciones de poder técnopolítico y político-administrativo, relaciones éstas que mediatizan el impacto real de los programas adjetivados sociales (asistencia y bienestar), al mismo tiempo, desvían la atención de los problemas esenciales que forman parte del objeto de estudio y actuación de los Trabajadores Sociales.
En este punto, consideramos la posibilidad utópico-concreta de que la separación de cuerpos (que no implica un divorcio radical) entre el Trabajo Social académico y la materialidad del Estado, puede ser conciliada con la incorporación de procedimientos y métodos con garantía epistemológica, de forma tal que el modo artesanal del Trabajo Social institucional-tradicional, frente al cual se levantó La Reconceptualización, adquiera una nueva imagen, es decir, que deje de seguir siendo considerado el subproduc­to de un subproducto (la asistencia social) y la actividad marginal del aparato público y privado.
La encrucijada de este nivel laboral-institucional se encuentra en que los Trabajadores Sociales no acostumbramos a sistematizar la experiencia cotidiana ni tematizar reflexivamente el tipo de saber que llevamos adelante: permanecemos en una especie de conceptualismo ingenuo respecto de la finalidad, los medios y la naturaleza de nuestra gestión. De esta manera, los programas y actividades profesionales desembocan generalmente en un "mare magnum" de frustraciones y sentimientos de minusvalía y, en muchos casos, aislamiento y desmotivación intelectual conducente a la apatía o a la fuga hacia otras profesiones de mayor "honor social"; esto en tanto y en cuanto aquellos programas y actividades resultan ser insuficientes, ineficientes o ineficaces para el cambio situacional en la perspectiva de la satisfacción (maximalismo vs. minimalismo) las necesidades básicas de los grupos sociales sujetados a la manipulación institucional y, en el mejor de los casos, son suficientes, eficientes y eficaces para dejar las cosas como están.
En otras palabras, expresiones nada gratuitas en sus aspectos más generales tales como que "los Trabajadores Sociales son los conserjes mejor pagados de...", "...se entrometen en todo y no saben nada", “realizan tareas que cualquiera puede hacer sin necesidad de pasar por la universidad" y “son especialistas, pero en serrucharse el piso entre sí", dan cuenta de un cierto estado de cosas muy sintomático puesto que en él no encarnan nuevos valores (una nueva ética articulada a una política y a una estrategia) y sí un cierto orden invertido de prelaciones, predominante en la masa de Trabajadores Sociales en general.
Dicho estado de cosas no ha sido posible enmendar por la crítica antitradicional y antiacademicista, ni por los esfuerzos -ineficaces en tanto y en cuanto son más iniciativas individuales y aisladas- de colegas pensantes preocupados por encontrar, tanto desde la práctica académica como desde la práctica gremial y profesio­nal, los detonantes simbólicos que hagan posible colocar a los Trabajadores Sociales en la perspectiva de asumir, conciente y responsablemente, el reto insoslayable de constituir una comunidad científica en la que se endogenice orgánicamente la tan ansiada y necesaria vigilancia epistemológica a que hemos aludido.
En el marco de la prognosis de la competencia institucional-tradicional ribeteada de conformismo, vislumbramos la necesidad de un acto de honestidad consistente en agudizar la conciencia de los Trabajadores Sociales, agudización que compromete y obliga moralmente en el plano individual y colectivo, a hacer el esfuerzo intelectual y existencial de conocer evaluativamente lo que hacen, piensan y practican cotidianamente en el ámbito de que se trate.
Esto podría permitir mejorar sustancialmente, en la medida de las restriccio­nes reales, la práctica corriente de los procedimientos tradicionales contrastando su ejecución con los resultados obtenidos; por otro lado pero al mismo tiempo, el Trabajo adjetivado Social podría colocarse en una perspectiva de redespliegue clara y consecuente con una ética del cambio situacional al servicio indiscutible de los grupos subalterno-populares, fundamentalmente de la erradicación de las causas de la ignorancia y la infelicidad de los pueblos, lo cual se encuentra inscrito en la constitución misma del dominio científico-político y técnico-profesional denominado Trabajo Social.

UN ENFOQUE TRANSDICIPLINAR DE LA CIENCIA SOCIAL
Planteadas las cuestiones anteriores, continuamos avanzando hacia la hipótesis siguiente: no obstante que la epistemología no connota un sistema apriorístico, autoritario ni dogmático del conocimiento, el debe-ser no en el sentido kantiano, sino, en el de la norma direccional del saber científico-político del Trabajo Social se ha caracterizado -al menos en Costa Rica- por importantes y sustantivas dosis de apriorismo, empirismo y dogmatismo. Esto ha obstaculizado y obnubilado, a nuestro juicio, el planteamiento del problema de la explicación científica y la investigación que la construcción de aquel conocimiento requiere en sus articulaciones con el resto de las disciplinas sociales y con la construcción de su objeto de estudio y actuación.
Ahora bien, el problema de la explicación científica y la investigación nos lleva a inquirir sobre la forma y el contenido de las relaciones entre las disciplinas sociales, particularmente con el Trabajo Social. ¿Son relaciones de "interioridad" o de "exterioridad"?. Las relaciones de interioridad nos ubican en la dirección de una concepción unitaria, polisémica y múltiplemente determinada de la ciencia, la cual corre el riesgo de difuminar los límites y la eficacia de cada disciplina en la prosecución de sus propios fines, la de limitación de su objeto de estudio y la constitución del sujeto de la ciencia. Pero, por otro lado, posibilita la coherencia del supuesto según el cual el proceso de desarrollo de la praxis (y, por ende, de la voluntad, conciencia e intencionalidad de los hombres) y el proceso por el que se configuran las circunstancias histórico-sociales (por lo demás no reducibles a las condiciones materiales de existencia), no son procesos independientes ni complementarios tal y como postula el dualismo idealista y materialista que escinde la identidad, la unidad hegeliana del sujeto y el objeto, sino, que son momentos o dimensiones de una matriz temporal y espacial que está inscrita ya en la constitución misma de la realidad socialmente construida y múltiplemente sobredeterminada: la situación universal-concreta, dada como condición y premisa de existencia a las acciones de los hombres, los cuales, a la vez que son constituidos en sujetos históricos diferenciales, en actores socialmente determinados por aquélla, le dan forma y contenido, es decir, significado, sentido y direccionalidad (Kosic 1967, 235 y sigs.).
Las relaciones de exterioridad, nos ubican en la dirección de una concepción que nos presenta el conocimiento científico absolutamente dividido en compartimientos estancos, sea, en especialidades científicas indepen­dientes que se legitiman como tales en virtud de la pureza epistemológica de sus métodos y teorías constitutivas de su propio y especializado objeto de estudio. La sociedad, en consecuencia, es la sumatoria de los individuos biológicos físicamente existentes y las transformaciones acaecidas a lo largo del tiempo sólo pueden ser pensadas en términos de interacciones conflictivas o armónicas entre voluntades individuales. Según esta concepción, los individuos, portadores unitarios de proyectos racionales y voluntad inmanente, prexisten como producto evolucionado de las condiciones naturales y materiales de vida y sólo posteriormente engendran, con la misma naturalidad que caracteriza a la Naturaleza, las relaciones sociales interindividuales, intersubjetivas, libres e indeterminadas.
Ambos tipos de relaciones, interdisciplinarias e intracientíficas, han sido conceptuadas por toda una fauna de cientistas sociales como antagónicas y excluyentes con lo cual persiste la consigna maniquea de la "ciencia burguesa" parceladora, especializadora, aisladora, idealizadora y desintegradora de la Realidad y el Hombre, en tanto que la "ciencia-proletaria" (Lenin 1974)[4] (4) soluciona este problema al postular una visión integral única para la totalidad social y humana expresada teóricamente en la diada objeto-sujeto. No obstante, aquélla, al embate de los movimientos sociales y la crisis inflacionaria que comenzó a galopar en el decenio de los cincuenta activada por la crisis del modelo agroexportador y la Guerra de Corea, institucionalizó la producción mancomunada del conocimiento para enfrentar las ingentes tareas de la susti­tución de importaciones, las demandas político-económicas de las clases subalterno-populares y la construcción de nuevos circuitos de acumulación de capital articulados a las necesidades del proyecto transnacionalizador del decenio de los sesenta. El concepto de trabajo en equipo inter o multidisciplinario ­reunió en la mesa latinoamericana a estructuralistas y marxistas, cada uno sentado en el podio de sus propias contradicciones: aquéllos, pretendiendo integrar una visión globalizadora de la realidad social -estructuras median­te- sobre la base de una plataforma cognocitiva desagregada en compartimientos estancos especializados; los segundos, sustentando una visión unitaria de la ciencia que homogeniza la diferencia específica de cada disciplina, sobre la base de la indeterminación de sus objetos de estudio. En nuestra perspectiva teórica las relaciones de interioridad y exterioridad no son excluyentes ni antagónicas; sólo lo serían si continuamos aferrados al dualismo positivista marxista y no marxista. Ambas permiten plantear la problemática teórica de la especificidad o especialidad del conocimiento que corresponde producir a cada ciencia o disciplina. Al respecto, también pueden ofrecerse muy variadas respuestas de acuerdo con la concepción que se tenga del conocimiento y el deber-ser estratégico-normativo del saber científico-técnico o, evocando a Marx, de la ciencia técnica.
Nuestro planteamiento asume que la unidad diferencial de la ciencia no está preconstituída en abstracto ni se materializa por decreto alguno. La idea misma que nos hacemos de ella supone la construcción societal de una constelación muy compleja de categorías, conceptos, nociones, prenociones, palabras y nombres que diferencialmente permiten distinguir una cosa de otra, una matiz de otro, un fenómeno de otro, un equívoco de otro, lo-real de lo-ideal, así como ordenar de una u otra forma, los significados y sentidos asignados a la materialidad natural y societal existente independientemente de nuestra voluntad.
La visión unitaria de la ciencia agota indefectiblemente el concep­to mismo de interdisciplinareidad por el mismo hecho de juntar éste, cuando no yuxtaponer, formaciones académicas que no se plantean la incorporación de su quehacer a la construcción de síntesis plurales, ni la endogenización de éstas en sus prácticas respectivas.
Se requiere, por lo tanto, un enfoque y una práctica TRANSDICIPLINAR, el cual ha sido retomado de otras latitudes (Francia primero, luego USA) por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (¿cuándo los Trabajadores Sociales podremos construirnos una Facultad y un Consejo Latinoamericanos de Trabajo Social que produzcan conocimientos?) y difundido muy tímidamente desde hace algunos años en Latinoamérica. Este enfoque exige que las disciplinas -los portadores de las mismas- tengan definiciones claras de su objeto de estudio y el tipo de conocimientos que pueden o deben producir, es decir, que tengan conciencia clara de su propia identidad y de los crite­rios que han establecido o tomado prestados para desarrollar sus análisis y síntesis diferenciales por niveles de abstracción, para poder atravesar con paso seguro a la vez que van recreando sus parámetros, el umbral abierto por las preguntas generadoras a nuestro juicio de la unidad de la ciencia social:
¿Como se construye lo-real?, ¿cómo se constituyen las relaciones sociales?. Más específicamente, ¿por qué los dominados contribuyen voluntariamente a su propia dominación y explotación?, ¿cómo y en re­lación a quiénes se definen las necesidades sociales, cuál es su teoría?.
Evidentemente aquí no intentaremos desarrollar una base conceptual para sus respuestas, relacionamientos e interpretaciones. Sólo diremos que el carácter necesario de dicha base conceptual que está por construirse en el Trabajo Social y las ciencias sociales y naturales, atraviesa la relación misma que articula las discontinuidades (idea que, por lo demás rompe con las concepciones continuistas y evolucionistas y la separación absoluta de las ciencias sociales o “blandas” y naturales o “duras”); a través de éstas las indeterminaciones correspondientes al plano “ideal” de lo-universal-abs­trac­to son traducidas, pero también producidas y suscitadas, como especificidades correspondientes al plano “real” de las determinaciones universal-concretas. La actividad intelectual sostenida por los Trabajadores Sociales -tan­to como la del resto de los cientistas sociales- habrá de encontrar la forma de construir su propio punto de partida teórico, tan­to como el modo de construir las pasarelas que nos permitan transitar bi(plu­ri)direccionalmente el imprevisible proceso conducente de un plano al otro.
El enfoque transdisciplinar necesita una amplia red de síntesis plurales de diverso nivel de abstracción, lo cual no contribuye fácilmente a su popularización con la fuerza que se difundió la interdisciplinareidad (el denominado trabajo en “equipo” dirigido por un “rey” médico, sociólogo o economista y un séquito de obedientes sanitaristas, trabajadores sociales...) anterior; pero por ello mismo posibilita, desde una perspectiva totalizadora, la concretización de la unidad orgánica relacional objeto-sujeto, relación en la que los sujetos, en tanto sujetados a procesos objetivos y objetivamente inconscientes, inscriben en el momento mismo de su constitución, su propia subjetividad en aquéllos como parte de la totalidad que debe ser explicada­ transdisciplinarmente. Asimismo, posibilita la singularidad, es decir, desde el particular punto de vista de la disciplina de que se trate (en este caso, el Trabajo Social), del abordaje que se realice en los ámbitos específicos de la salud, vivienda, educación, planificación, urbanismo, seguridad y bienestar social, comunicación de masas, tec­no­lo­gía, criminología, ideología, enfermedades mentales, patologías sociales, movimientos culturales, la problemática de la burocracia, la tecnocracia, el Estado y la democracia, etc. De esta forma, es posible evidenciar a través del análisis la necesidad de que los "datos", los "hechos", conserven su valor heurístico en virtud de que, cualesquiera que sean los métodos utilizados, sin una sólida base empírica todo análisis deviene en abstracciones y sofismas carentes absolutamente de valor explicativo real. Asimismo, es posible evidenciar los mecanismos teóricos y las condiciones metodológicas por las cuales se obtiene el conocimiento científico y se establecen las posibilidades mismas que el(los) método(s) utilizado(s) nos ofrece(n), tanto para la representación de los fenómenos estructurales como para la explicación de los procesos de cambio situacional
Al mismo tiempo, es posible construir en el análisis mismo y a través de él un concepto de totalidad que se encarne en los sentidos y signifi­cados reales, imaginarios y simbólicos de los sujetos de y sujetados a las relaciones sociales (políticas en tanto sociales) cristalizadas en y a través de todos y cada uno de los fenómenos, momentos y dimensiones estudiados. Dicho concepto se constituiría en un recurso heurístico para la investigación-intervención-acción; por su mediación podría comprenderse la existencia esencial o fenoménica, objetiva o subjetiva de las relaciones significativas, las conexiones orgánicas causales y de sentido (Weber 1974, 5-6) capaces de explicar concomitantemente, la forma y el contenido de los “patrones” o "regularidades" de interrelacionamiento social existentes en el interior mismo de la intersección, ubicada entre las determinaciones y sobredeterminaciones que constituyen la totalidad de que se trate y el proceso de su constitución misma, sea, de las condiciones y los efectos de sus manifestaciones, implicaciones o expresiones empíricas.
Finalmente, el enfoque transdisciplinar permite poner en escena la captación diferencial del concepto de totalidad, tanto en sus diversos espesores como en relación a la cuestión misma de los niveles de abstracción a que corresponde estudiar o analizar los problemas de que se trate. La rigurosa diferenciación e implicación mutua de estos, posibilita el estudio teórico-empírico de las condiciones sustantivas, que, si bien es cierto, no existen en la realidad determinadas en su forma pura al estilo del modelo weberiano, su establecimiento es absolutamente necesario para la eficaz realización del proceso de concreción progresiva, sea, la aproximación a lo concreto y a la construcción de lo-real a través del desarrollo siste­mático y metódico de una investigación-intervención tendencialmente transformadora y explicativa de las realidades empíricas específicas en que se encuentran inmersos los Trabajadores Sociales. Pero para ello se requiere insertar los niveles descriptivos en un marco teórico-abstracto definitorio del punto de partida del análisis a partir del cual buscamos diferencialmente reintegrar, recodificar en la totalidad misma, la pluralidad de los aspectos, momentos o dimensiones significativos de la realidad societal objeto de nuestra intervención científico-política.
En síntesis, sin pretender, por supuesto, descubrir el agua tibia, el concepto de totalidad que estamos pensando para el Trabajo Social exige un esfuerzo­ metódico de superación -personal en tanto colectivo- de los reduccionismos abstraccionistas -empiristas, esencialistas e ilusionistas- que confunden aquél con los análisis de globalidad consistentes en la reproducción imaginaria, sea, en el pensamiento, de todas y cada una de las condiciones empíricas, factores, variables, mecanismos, elementos y efectos (en tanto evidentes) que interfieren o intervienen (por lo general estableciendo relaciones de exterioridad) en la producción de un fenómeno, proceso o situación social dado, el cual es definido, por lo demás apriorístamente, como invariantemen­te estructural y esencial al núcleo mismo de una absolutamente presente contradicción principal que, en abstracto, subyace al sistema capitalista y a la racionalidad de.su funcionamiento. Exige el esfuerzo de traducir en el análisis teórico, la concatenación de las mediaciones y mediatizaciones en y a través de las cuales los condicionamientos y determinaciones inmedia­tos y simples adquieren inteligibilidad al ser descodificados y encuadrados en constelaciones de sobredeterminaciones (políticas, culturales, sexuales, económicas...) más generales, más concretas.
En otras palabras, requiere entender la totalidad, cualquiera que sea el espesor, nivel o dimensión en que realizamos nuestra práctica científico-política, como una estructura en tanto forma en proceso de estructuración, de cristalización en el sentido de que el significado de los hechos y objetos reales depende de una compleja red de categorías relacionales que los organiza de una determinada forma o de otra, sea, el ámbito mediante el cual se constituyen las relaciones significativas que unifican y articulan los elementos diferenciales apuntándose unos a otros, pero sin que este apuntarse mutuo se encuentre apriorizado, prescrito.
Es decir, el discurso teórico de la construcción de una totalidad no es una simple sumatoria de elementos particularizados de naturaleza aislada que establecen relaciones recíprocas de exterioridad, sino, que la relación significativa misma es la constitutiva del vínculo por el cual los diferentes componentes quedan sujetados, unidos no-fragmentariamente como dimensiones, instantes o momentos co-constitutivos orgánicamente de la estructuración misma cuya naturaleza relacional suscita y activa su significación, su sentido, su simbolización.
De esta manera, en el análisis de una totalidad enfatizamos la unidad múltiplemente determinada de lo concreto, el momento tanto de la unidad en la diversidad (Marx) como el de la diferencia en la unidad; tanto el momento de las determinaciones como el de las sobredeterminaciones; tanto la forma y el contenido de sus dimensiones como la forma y el contenido de sus articulaciones diferenciales. En consecuencia, las relaciones entre lo universal y lo singular quedan condensadas en una situación específica (el universal-concreto) la cual, para comenzar y para terminar, se representa con una topología que no define lo que está afuera o adentro, qué arriba y qué abajo, qué en el reverso y qué en el anverso, es decir, no es geométricamente divisible, sino, que su “lenguaje”, el de su movimiento interno, acepta diversos códigos de lectura y no cesa de intercambiar las formas y contenidos reales, objetivos y subjetivos en los que se traduce diferencialmente la existencia matizada de lo-universal en cada uno de los singulares procesos, fenómenos y hechos de la multidimensional y cambiante realidad societal, y viceversa.

La cuestión del objeto
La concepción del Trabajo Social como disciplina científica en relación con los fundamentos reales, imaginarios y simbólicos de los condicionamientos y sobredeterminaciones de las acciones y no-acciones de las clases subalterno-populares (que no son tales si no es en relación con los grupos y clases no populares) plantea ya la cuestión del encuadramiento de aquél dentro del sistema mismo de las ciencia específicamente social; asimismo, de la inscripción de ésta dentro de la especificidad de eso que se denomina Trabajo Social.
Y aquí toma cuerpo el problema contenido en la pregunta de si el Trabajo Social es ciencia o técnica. En la perspectiva de la concepción unitaria de la ciencia, superadora de la compartimentalización artificial por disciplinas o feudos profesionalizantes, esta pregunta deja de ser pertinente en virtud de la tesis subyacente de la unidad dialéctica, es decir, concreta y múltiplemente determinada, entre teoría, práctica-teórica, práctica; acción-reflexión-conocimiento, teoría-método. Adquiere sentido la locación del Trabajo Social dentro de esa unidad polisémica, policró­mica, polifónica y de infinitos espesores diferencialmente articulados y en permanente estructuración que es la ciencia social, es decir, el lugar o los lugares que ocupa como legítimos según los niveles de abstracción, pero no en cuanto a una jerarquización en términos de importancia mayor o menor respecto de otras disciplinas, sino, en términos de la cobertura de los ámbitos, mejor dicho, de los micro o macroespesores (algunos hablan ya de megaespesores) de actuación científico-política y del tipo de problemas, cuestiones o problemáticas, objetos, hechos o fenómenos micro o macroes­truc­turales, viejos o nuevos que pueden o requieren ser constituidos en objetos teóricos no-convencionales, no-formalistas, es decir, no cajoneros, de estudio, explicación e intervención planificada del Trabajo Social.
¿Qué define el nivel micro o macro de su actuación?. El enfrentamiento del­­(los) objeto(s) de estudio e intervención definidos como posibles: la Política Social, la realidad social, el conjunto de necesidades sociales insatisfechas que presentan las clases subalterno-populares considerados grupos de atención prioritaria (CUO 1985, 3), las acciones de sobrevivencia; la organización de los grupos populares como respuesta a la insatisfacción de sus necesidades; los sectores populares, el obrero y una parte del campesinado; los denominados movimientos sociales; el impacto de las políticas sociales públicas, de forma tal que el Trabajo Social contribuya efectivamente a que las instituciones de bienestar y seguridad social, cumplan con los objetivos de satisfacción de las necesidades que sólo son traducidas en demandas procesables (pero también excluíbles) por los mecanismos burocráticamente organizados de las institucionales de bienestar y asistencia social, con lo cual los intereses reales de las clases subalterno-populares para lo cual, supuestamente, fueron creadas estas, quedan relegadas a los deseos por cumplir.
Identifiquemos tres vías imaginarias de argumentación; imaginarias en el sentido de que no necesariamente se corresponden con una periodización arbitraria de la realidad específica (concreto-real), sino, porque tales vías se nos presentan como imágenes que intentan relacionar lógicamente algunos elementos que nos parecen -en abstracto- posibles de dar cuenta, al menos, de la complejidad del tema que nos preocupa.
1) No sólo el hecho de encontrar como iniciadores o cimentadores del Trabajo Social a filántropos, moralistas, médicos y abogados tanto como sicólogos, sociólogos y politólogos, sino, principalmente a la coexistencia de disciplinas tan diversas como la medicina, el derecho, la sociología, etc. en el ámbito de tan particular quehacer, hace problemática la determinación del significado que posee su estatuto en el campo de las ciencias sociales.
La concepción del Trabajo Social como ámbito de convergencia de éstas, de cuyo instrumental teórico-metodológico deriva su identidad, su racionalidad instrumental misma, nos plantea serios reparos en cuanto a la supuesta distancia existente entre disciplinas tan diferentes como pueden ser la medicina y la economía; el marco de las acciones de las clases subalterno-populares por mejorar sus condiciones de vida y erguirse, frente a proyectos políticos que les son antagónicos, para la construcción de un nuevo sistema de relaciones societales, podría resultar demasiado amplio como para que puedan ser reunidos dentro de la específica esfera del Trabajo Social.
2) Otra vía de argumentación puede ser la que concibe al Trabajo Social co­mo el ámbito de colaboración investigativa con división del trabajo, a partir del cual se constituye en una especie de ciencia empírica ­o programa de investigación interdisciplinaria, cuyos enunciados son controlados y definidos por los métodos de la ciencia burocráticamente organizada. Un Trabajo Social así entendido tiene prescrita, por lo tanto, la cobertura y bases de dicha colaboración y coordinación que incluye la prefijación de los objetivos de la indagación y determi­nación de la interpretación "conjunta" de sus resultados. En este sentido, resultaría ocioso plantear la cuestión de la locación de nuestra profesión dentro del dominio de la ciencia social y su relación con la Política Social y la acción de los grupos o clases subalterno-populares, dada la composición heterogénea de sus componentes y la ausencia de criterios direccionales propios.
3) Una tercera vía inquiere, desde la perspectiva de una teoría crítica de la sociedad, sobre la coincidencia parcial o total entre el Trabajo Social y ciertos ámbitos específicos de la Política Social. En otras palabras, ¿el campo de la Política Social concierne a la ciencia so­cial como totalidad o exclusivamente al Trabajo Social?, ¿cuál es la delimitación?. Una respuesta que puede empujar nuestra reflexión es que Política Social y Trabajo Social no son idénticos o equivalentes,.pero se refieren mutuamente, se implican entre sí.
Concientes de la complejidad de las líneas anteriores sólo nos haremos, evocando a Adorno, las siguientes preguntas a modo de reflexión: ¿toda ciencia tiene o debe tener SU propio y específico ob­jeto de estudio, sea éste mutable o inmutable?, ¿cuál es el del Trabajo Social?, ¿existen problemas y problemáticas teóricas y prácticas propias de cada una de las disciplinas sociales?, ¿cuál es el "propium" del Trabajo Social, es decir, su identidad?, ¿existen instrumentales teóricos y metodológicos exclusivos para cada una de las ciencias?, ¿cuál es el método ­que le pertenece al Trabajo Social?: si lo tiene, está determinado por la pree­minencia del problema teórico, por la especificidad o especialidad del(los) objeto(s) de estudio, o por el ideal metodológico del Trabajo Social académico?.
Lo anterior, por cuanto es relativamente fácil constatar la correlación negativa entre la calidad del endimiento científico-político de la docencia e investigación del Trabajo Social académico y la importancia y magnitud de la problemática social a que se dedica el Trabajo Social institucional-tradicional.
Según sean las respuestas que demos a tales preguntas dependerán las formas y los contenidos de las relaciones del Trabajo Social y la ciencia social, así como el nivel de la práctica-teórica al que se realicen las síntesis conceptuales correspondientes: ¿al nivel de las teorías, del (de los) ­método(s) o de las técnicas?. De ellas se podrá derivar la estrategia e intencionalidad con que nos aboquemos a tan difíciles tareas: ¿se trata de instrumentalizar teorías, teorizar métodos, estandarizar técnicas?. Solamente si se tienen definiciones sobre la especificidad de su objeto de estudio, sobre la diferencia que define su identidad misma y las características del instrumental teórico-metodológico de que se sirve el Trabajo Social, pueden establecerse los criterios y la pertinencia de las síntesis plurales con otras áreas del saber siguiendo sus propios lineamientos de política.
¿Bajo qué condiciones es posible elaborar una síntesis plural?. ¿Cuáles son los criterios que permiten discernir qué se importa y qué no de otras disciplinas?. ¿La importación se efectúa como una­ simple yuxtaposición o transferencia sin procesamiento, adaptación o normalización?.¿Cuáles son sus efectos?. ¿Contribuye a centrar la producción de su objeto de estudio o, por lo contrario, introduce deslizamientos que lo desplazan?.¿Qué tipo de legitimidad y en qué ámbitos de la teoría y la práctica científico-política se busca?. ¿Permite definir los parámetros de su praxis o, paradógicamente, contribuye a reforzar el incursionismo de otros cientistas sociales que, interpelados por el discurso de lo-social y por la-búsqueda de una práctica empírica, se encarrilan por la senda del ­Trabajo Social utilizando no los criterios de éste, sino, los de su propia formación profesional?. Finalmente, una pregunta nada académica pero tan pertinente como las anteriores: ¿permite definir no en-abstracto, sino, específicamente, los objetivos y funciones diferenciales del Trabajo Social en cada uno de los ámbitos profesionales, o, por el contrario, mantiene la tendencia secular que confunde la normatividad de los fines con la experiencia empírica misma que no acepta su mediatización por parte de la teoría?.
No olvidemos que el Trabajo Social latinoamericano y particularmente costarricense, al igual que las ciencias sociales que se plantearon el problema del cambio societal como desiderato, quedaron plagados de intentos -muy bien intencionados por lo demás de definiciones idealistas de sus fines equiparados a objetivos imperativos en nombre de una sociedad imaginaria y unos valores abstractos que más fungieron como dogma que como norma en búsqueda de una estrategia inteligente.
La búsqueda de respuestas para estas preguntas podría colocar a los Trabajadores Sociales en situación de superar el problema teórico que signifi­ca, por ejemplo, la inscripción del análisis de las políticas sociales y la evaluación de sus impactos en el conjunto de necesidades sociales (CUO 1985) que presentan los agrupamientos subalter­no-populares objeto del quehacer académico-profesional del Trabajo Social. Asimismo, podrían dilucidar si de lo que se trata es de encontrarle legitimidad a éste dentro de los campos diferenciales (búsqueda de nuevos espacios profesional-laborales) de las relaciones de poder -político, técnico y administrativo que atraviesan el amplio y complejo campo de luchas que activan las políticas sociales tanto públicas como privadas.
Ambos problemas tienen implicaciones sustantivas para la constitución teórica a) de la especificidad de lo-social como categoría analítica relacional; b) la identidad propia del Trabajo Social: ¿se trata de hacer del Trabajador Social un "politicógrafo social", un analista de políticas sociales, un programador de las acciones de los grupos o clases subalterno-populares, o un acompañador de éstos en sus gestiones y demandas?; y c) la reinvención de su(s) objeto(s) de estudio. Reinvención en el sentido no de una simple variación de "'A" a "B", sino, de la redefinición creadora implicada en la crítica y superación teórica de los reduccionismos, apriorismos y dogmatismos imposibles de defensa lógica; asimismo, en el sentido de la innovación y descubrimiento de nuevas e inéditas vías de entrada a la investigación y análisis del(o los) objeto(s) de intervención. ¿Por qué seguir aferrados a la economía y lo-económico como única vía de entrada al análisis de lo-social y la política social, equiparando a la última instancia de las determinaciones materiales de las condiciones de vida?.
La última instancia en tanto punto de partida originario, absoluto, es una tesis kantiana-cartesiana (Kant 1961; Descartes 1983) que desplaza la metafísica al materialismo cuando los portadores de la “ciencia proletaria" postulan una categoría extraída de la producción y reproducción material de las formaciones sociales en sustitución del Concepto, el Espíritu, la Conciencia, la Idea; recordemos que el mismo Hegel argumentó en alguno de sus textos que el materialismo en tanto postula dogmáticamente un punto de partida único y absoluto (en el caso del Trabajo Social la determinación en última instancia por la economía equiparada a las condiciones materiales, naturales, telúricas que, omnipresente y naturalmente, determinan desde el modo y la calidad de la vida hasta las decisiones más cotidianas, hormonales y neuronales de los grupos poblacionales), es también una forma de idealismo. Postular una forma como punto de partida esencial, genético, es asumir que ésta contiene en sí misma todas las potencialidades que permitirían, sobre la base de su análisis fenoménico y aplicando la inducción y la deducción que no abandona el evolucionismo, reconstruir el resto de­ las otras formas constitutivas de una formación social a la que se le atribuye un solo desiderato: el bienestar, la seguridad, la felicidad, el advenimiento que hace trasparente a la “ciudad de dios” (San Agustín) en la tierra; en fin, es teologizar la eternidad sin movimiento y sin cambio transustanciador de las categorías utilizadas al privilegiar exclusivamente los contenidos esenciales; es asumir que las cosas propuestas primero deben ser conocidas en el orden secuencial de las siguientes y que estas se alínean de forma tal que su demostración se deriva sólo y nada más que lineal y progresivamente de las que le prece­den, es decir, que si existe un comienzo, por más material que se nos aparezca, hay un fin teleológico, una entelequia.
En síntesis, en nuestro escenario, que es tan constitutivo de lo-real tanto como de la constitución originaria de la cual partimos, sea, que en la realidad social todo es relacional, nun­ca estaremos en contacto -mucho menos directo- con esencias puras (llámense o no grupos, sectores o clases subalterno-po­pu­la­res) porque la última instancia, el referente absolutamente puro no existe o que es inefable; es algo a lo que el lenguaje como tal no puede llegar en virtud de que cada término contiene una zona en la que no se puede apun­tar directamente a algo completamente definido, nítido; el referente presenta siempre, en algún momento, una ambigŸedad que se desplaza, deriva o difiere hacia otros términos que no están pre­constituidos. El lenguaje, toda construcción o estructura discur­siva, conceptual, es relacional y, por lo tanto, polisémica, polifónica, polivalente; es un producto societal por excelencia construido sobre la base de discursos connotativos capaces de articu­lar sistemas de oposiciones y desdoblamientos; al activar o suscitar nuevas diferencias estas son redefinidas constantemente de forma tal que la textualidad y la receptualización de lo-social como categoría analítica relacional, en este caso, en relación con lo-político y la política social pero también con lo-cultural y lo-económico, es un proceso muy complejo y prácticamente inagotable de representaciones y producción de imágenes presentes, pasadas y futuras creadas a la largo y ancho de la historia social, las cuales, consistentemente o no, pretenden diferenciar y organizar de alguna manera los significados y sentidos de la materialidad existente.
Ahora bien, si por la vía de la última instancia llegamos al idealismo, por la vía de su imposibilidad llegamos al infinito, al agnosticismo; desaparecería la posibilidad del conocimiento de las cosas y, por lo tanto, de la ciencia. En consecuencia,

"Así como en las demostraciones conviene hacer una reducción a algunos principios (sea, en palabras de Camacho, «el vocabulario mínimo básico con que hablamos y pensamos la realidad y que no admite definiciones precisas«) por sí mismos evidentes para el intelecto, del mismo modo hay que proceder cuando se investiga qué es cada cosa...". Santo Tomás de Aquino, cita­do por Camacho (1985). Paréntesis nuestro.

Apliquemos este razonamiento al Trabajo Social. Repasemos la historia de La Reconceptualización y podremos recordar que ha sido la de la búsqueda, no siempre exenta de problemas existenciales de los Trabajadores Sociales, de una plataforma vocabular, categorial, definitoria de principios, postulados, fines, objetivos, metas e indicadores de nuestra específica y no siempre conciente práctica científico-política y tecnoprofesional; plataforma cuyo equívoco está en la creencia misma de que el nutriente científico le vendría insuflado desde “el más allá del Trabajo Social” representado por el resto de las disciplinas sociales. Inicialmente, es de todos conocido, se pretendió encontrarlo en algunas escuelas filosóficas como el personalismo, existencialismo y algo menos en el neopositivismo y la lógica matemática; posteriormente, se acudió a la sicología social, la antropología, la concientización de Freire, la sociología dependentista latinoamericana y, con mas vehemencia, en la política del marxismo en sus corrientes mas economicistas y reduccionistas. Cada una de estas opciones significó un desplazamiento constante del objeto de estudio o la búsqueda de éste desde la óptica dictada por enfoques o teorías sociológicas, politológicas y organizacionales en sus dimensiones más esquemáticas, objetivistas y esencialistas. Al no poder superar sus propias indefiniciones el autodenominado Trabajo Social Reconceptualizado (que no es todo lo Reconceptualización) se vio enfrentado a lo que en un artículo que hoy no suscribo en su totalidad, escrito en 1976-77 pero publicado en 1979, denominé el ovillo de paradojas siguiente:

"...alcanzar la objetividad y el nivel científico que destierren el subjetivismo disfrazado de imparcialidad, de neutralidad 'científica' o de 'compromiso' dogmático sin llegar a un cientificismo empirista químicamente puro; abandonar el fatalismo de la incambiabilidad de las leyes de la sociedad para alcanzar una perspectiva realis­ta, concreta y visionaria sin caer en el utopismo, en la aprehensión inadecuada de la realidad; despolitizarse sin abandonar las declaraciones de los objetivos de 'concientización', 'organización. 'capacitación', 'movilización' y 'gestión' populares; desmovilizarse sin reasumir el asistencialismo y el tecnicismo; profesionalizarse sin caer en en el tecnocratismo; modernizarse sin transformarse; ajustarse, adaptarse y, por que no, asumir las condiciones de la oferta y la demanda del mercado de trabajo sin abandonar la corta trayectoria de su espíritu crítico y de la confrontación más o menos inadecuada de su práctica profesional con las orientaciones de los movimientos y procesos histórico-sociales, económico-políticos e ideológico-culturales de nuestras sociedades" (Barrantes 1979, 81)

Los ejes desencadenantes de lo anterior, quedaron ubicados en el hecho de que, por un lado, la furia reconceptualizadora degeneró sustancialmente,

"...en la utilización mecánica del «método dialéctico' y en su aplicación recetaria en toda circunstan­cia y lugar. De allí que, en la ilusión de poseer los poderes de 'La Varita Mágica', se pretendiera abordar la problemática de las 'instituciones de bie­nestar social' con un 'complejo de superioridad' no siempre oculto (cuando no, se las ignoraba olímpicamente) y encasillar los problemas de la inasistencia social, la patología social y demás campos tradicionales y nuevos de nuestra profesión, dentro de una rígida 'acción transformadora' sustentada en una voluntarista búsqueda de las «contra­dic­cio­nes« de las estructuras sociales. Reflejo de la ignorancia olímpica acerca de las instituciones son los «análisis estructurales« en que han caído numerosas escuelas 'Reconceptualizadas' al privilegiar enfoques dirigi­dos a la capacitación de trabajadores sociales que conocen sobre 'organización y movilización populares', pero desconocen rotundamente el análisis particular y profundo sobre delincuencia, salud, legislación social, familia, trabajo, administración, educación, enfermedades mentales y otros, so pretexto de que son campos «tradicionales« que alienan al Trabajo Social" (Barrantes 1979,78).

Por otro lado, en el hecho no suficientemente explicitado de haber perdido

".. de vista las necesidades sentidas...reales, momento histórico, los límites y las posibilidades de la acción profesional determinada por las características, por las propiedades singulares de las diversas áreas de intervención” (Barrantes 1979, ?8).

En consecuencia, no se hizo posible cubrir satisfactoriamente las necesidades de los campos tradicionales ni abrir nuevos espa­cios que ampliaran y diversificaran la cobertura de lo que denomino el “Trabajo-Social-Hacerse” hacia nuevas áreas de intervención (Barrantes 1979, 82). En este sentido dijimos que

"...las mayorías migrantes del campo a la ciudad, la problemática de la modernización, las políticas salariales, los planes de desarrollo, la pro­blemática de la industrialización, el fenómeno de la marginalidad son, en algunos casos, la temática teórica, abstracta de 'La Reconceptualización' y muy generalmente, los campos de su inactividad práctica" (Barrantes 1979, 79)

Ahora bien, a partir de la propia experiencia, ¿qué capaci­dad tiene el Trabajo Social costarricense (o latinoamericano) para superar las dimensiones de falsa conciencia inscritas en la práctica reconceptualizadora?.
Por dimensiones de falsa conciencia entendemos lo siguiente: confusión en el planteamiento del problema a partir del cual, definido un objeto de estudio, surgen las preguntas siguientes: ¿quién es el sujeto y respecto de qué o de quiénes se constituye?, ¿existe un sujeto de la ciencia?, ¿existe un sujeto de la historia?. Sus respuestas im­plican, dentro de las preocupaciones actuales, una recuperación de la historia del servicio o asistencia social. Es necesario que el Trabajo Social recupere su propia historia que es historia por la constitución de formas y contenidos de cientificidad en la perspectiva de nuevos paradigmas. Esto, por cuanto las reglas intentadas hasta hoy no definen ­en nuestro criterio, un juego que permita continuar empujando ha­cia la codificación de otro conjunto de reglas por las que puedan ser reemplazadas, en el sentido de un cambio o, mejor dicho, de la construcción metódica de un paradigma fundamental. De modo que, entonces, al plantearse el problema del estatuto científico y las estrategias para la producción de conocimientos y acciones metódi­cas, es posible partir de la experiencia universal-concreta de los que se esforzaron y esfuerzan por asumirla y aprehenderla, lo cual, por lo demás, rescata a sujetos pensantes y actuantes pero de manera redimensionada, sin que ello tenga nada que ver con una simple aplicación de modelos pasados y futuros, sino, estableciendo relaciones de traducción-desarrollo-superación.
Revisar los objetos del pasado, retomar las teorías de los clásicos de diversas épocas y, al contacto con nuevas plataformas, reescribirlas para saber qué se puede hacer con ellos (Barthes 1981, 9). Por la mediación de una recuperación crítica se puede reformular, enriquecer, redimensionar y otorgar nuevas funciones a las ­teorías, métodos, técnicas, sujetos y objetos de conocimiento y, por lo tanto, a la memoria colectiva de los Trabajadores Sociales. Es un paso necesario -hasta de simple rigor metodológico- para iluminar inéditas exploraciones de estrategias tendientes a abrir las prácticas sociales a la constitución de nuevos sujetos históricos que luchen por la hegemonía, la democracia y la vida. Pero para una cierta izquierda esencialista (intelectual o no) autoconsiderada­ la vanguardia del pensamiento progresivo y lineal, las preguntas despectivas acerca de la utilidad estratégica de un esfuerzo (académico o no) por resucitar obras "vacías" intelectualmente (es decir, todas las consideradas no marxistas), se transpiran a flor de piel. La sospecha de una vuelta al oscurantismo del pasado latinoamericano, sensibiliza la epidermis de quienes se autopostulan intelectuales orgánicos, directa, inmediata y naturalmente anillados a los intereses prexistentes de las clases subalterno-populares explotadas y dominadas. El vano regreso al pasado sólo es concebible para las mentes dominadoras interesadas en ideologizar la historia y las tradiciones seculares; pero para los críticos no autocríticos sólo es posible hacerlo para clavar una estaca más -esta vez en forma definitiva- en el corazón mismo de ese pasado posesionado, para que envejezca cada vez mas aceleradamente y se pulverice, como sucede en las películas del Conde Drácula. Sólo así parece ser viable la liberación del futuro: matando la realidad del pasado (vgr., la realidad de los métodos clásicos de caso, grupo, comunidad que han sido conservados y enriquecidos por la sicología, la medicina y otras disciplinas).
Ninguna ciencia hasta la fecha se ha levantado sobre el cadáver de su propio pasado. Ninguna sociedad tampoco; ni siquiera la­ Revolución Bolchevique que, al decir de Gramsci fue una revolución contra "El Capital" de Marx. Y como ni la historia ni el pensamiento son lineales, acumulativos ni necesariamente progresivos, el Trabajo Social no puede seguir renegando de un pasado obsoleto que, muy a su pesar, se encuentra impreso, como diría Lacan, en el "hueco" de la caren­cia misma que nunca puede ser colmada y en torno a la cual gira persistentemente (obsesivo-compulsi­va­men­te para algunos grupos académicos) el acceso al goce siempre insatisfecho de un objeto que, una vez que se dio por perdido, nunca más podrá ser recuperado.
¿Cual es el objeto que el Trabajo Social nunca tuvo y, por lo tanto, dio por perdido?. Su carácter de Ciencia. ¿Cuál perdió después de haberlo tenido?. Su objeto de estudio e intervención: el individuo, el grupo, la comunidad (hoy podríamos hablar de la localidad) y los tres métodos clásicos a los que algunos colegas reconceptualizados intentaron construirles paradigmas o metateorías de corte estructural y objetivista, ajenas a las necesidades tanto de las heterogéneas realidades como de los Trabajadores Sociales, la mayoría de los cuales no se vio expresada en ellas o no se percataron de su existencia.
Este drama, inscrito en la lógica del itinerario de La Reconceptualización, viene a ser como la ventana a través de la que se ­ven, interpretan y organizan los significados, los sentidos de la realidad. Es el escenario al que la repetición nos conduce constantemente, como la lengua al diente que duele y duele precisamente porque no somos capaces de recono­cer las potencialidades que tiene ni la estrategia conducente al objeto de estudio e intervención deseado.
La característica quizás más relevante del Trabajo Social no consiste tanto en sus métodos ni en sus objetivos de acción específica, sino, en el hecho de que, al no contar con una matriz epistemológica, recurre a los aportes de las otras disciplinas y tecnologías sociales, lo cual no es ilegítimo por sí mismo; Sólo que al no tener definido aún sus objetos-sujetos de investigación, se torna más difícil la legitimación de su estatuto científico y la elaboración de una categoría central que defina, además de dicho estatuto, la especificidad de sus relaciones (síntesis y sistematización) con el resto de los dominios particulares o generales de la ciencia transdisciplinaria. Evidentemente, existe una limitación política en la reflexión teórico-analítica del Trabajo Social; es el vacío conceptual, la ausencia de un proceso de conceptualización activado por la práctica social -especificamente científico política- que media entre lo que pudiera asumirse como su(s) marco(s) teórico(s) o o de referencia y sus análisis situacionales en, vgr., salud, vivienda, seguridad y bienestar social, penitenciarismo, criminología, desarrollo urbano, desarrollo local desarrollo ecosistémico, etc., etc. En consecuencia, no logramos "aterrizar" en la realidad concreta que es lo existente en los ámbitos del proceso histórico-político que nos conciernen junto con su negación y la posibilidad misma de su transformación. Tampoco logramos desentrañar el movimiento interno diferencial del conflicto y el consenso inscritos en las relaciones socia les constitutivas de los objetos y sujetos estudiados, intervenidos.
En virtud de lo anterior, hacemos ostentación de nociones y simples nominaciones sustitutivas de categorías analítico-relacionales; éstas devienen en abstraccionismos empiricistas que falsean no sólo la reflexión teórica al servicio de la praxis, sino, también, la exposición, la explicación y la comprensión (y ¿por qué no la predicción, la prospectiva?) misma del or­den societal; asimismo, su crítica, su negación, sea, el desentrañamiento de la racionalidad, la lógica de su movimiento interno diferencial, como condición de posibilidad para su superación transformadora. El Trabajo Social se encuentra atrapado en la retórica de la negación sin poder encontrar trascendencia, lo cual plantea no tanto un problema teórico como un problema práctico que impide la ­búsqueda, además de lo no contradictorio de la teoría, la concreción de una específica práctica científico-política-no-con­tra­dictoria con los principios de inteligibilidad de las luchas por la hegemo­nía y la democracia activadas en cada uno de los heterogéneos ámbitos objeto de nuestra inter­vención en cada periodo históricamente fechado.
Nuestro balance nos lleva a concluir que el Trabajo Social no ha sido capaz, a pesar de las preocupaciones de los colegas pensantes, de dar cuenta más o menos amplia y consistentemente, de las relaciones que articulan su objeto de estudio deseado y en las que se inscri­be su identidad. Tampoco ha podido dar cuenta de aquellas otras relaciones más inmediatas concernientes a la producción de su tra­bajo específico, cotidiano. Con esto no estamos asumiendo con los positivistas marxistas y no marxistas, que el problema de tales relaciones sea, como ya quedó insinuado, una cuestión teórica; todo lo contrario: un problema práctico sólo posible de ser superado dentro de la praxis histórica; ésta, precisamente por histórica, requiere de los conceptos de estrategia y direccionalidad. Pero, y aquí viene otro problema, el Trabajo Social tanto en su versión clásica, tradicional o académica no ha hecho de éstos un objeto de estudio No obstante, su práctica cotidiana inscribe en su significado e intencionalidad una cierta estrategia para la producción de informaciones, conocimien­tos, teorías y modelos de intervención social mediante los cuales sería posible definir ciertos ámbitos (micro, macro o mega) de legitimación científico-política.
Podríamos decir que, planteada la posibilidad real de obtener resultados deseables aunque no necesariamente deseados a partir de acciones metódicas orientadas hacia ciertos fines, la concepción que se tenga del significado de estrategia está activada por las determinaciones teóricas de las visiones de mundo o sociedad que se hayan interiorizado o endogenizado en las prácticas de la disciplina de que se trate. Así, implicadas en las categorías asumidas se encuentran el método y las técnicas de análisis de la realidad social; a estos corresponderán la forma y el contenido de la inclusión o exclusión de variables, elementos, momentos, etapas, aspectos, factores o dimensiones del mundo conceptuado como real; así serán también sus relaciones de armonía o conflicto estructural o marginal, y, la cuestión del poder será esencial, fenoménica, relacional o ecuacional suma-cero o suma-suma; consecuentemente, la política y lo-político serán endogenizados o exteriorizados y las formas y contenidos diferenciales relativizados o absolutizados en los análisis e intervenciones.
Tal y como inapropiadamente suele argumentar el materialismo positivista, el problema de una teoría errónea o falsa no es la postulación de supuestos que hacen abstracción de las condiciones materiales de existencia, de la realidad específica. Sin supuestos, axiomas, hipótesis ni abstracciones ninguna teoría sería posible. Una perspectiva correcta estaría cementada por las preguntas siguientes:
¿Qué tipo de abstracciones se realizan?, ¿qué visión de realidad proponen?, ¿qué criterios de cientificidad trasmiten?, ¿cómo se conciben categorialmente lo-científico, lo-nacio­nal, lo-social, lo-económico, lo-político, lo-ideológico, lo-cultural, lo-esencial, lo-natural, lo-objetivo, lo-subjetivo, lo-real, lo-cotidiano, lo-popular, lo-universal, lo-concreto?, ¿a qué estrategia se articulan?, ¿ en qué método se "materializan"?.
Tanto más son evidentes las determinaciones aludidas cuando se tiene como punto de partida una teoría reduccionista como el economicismo -tan caro al Trabajo Social académico-, el politicismo, sicologismo, sociologismo y estructuralismo marxistas y no-marxistas (Nun 1982, 15-50).
Evidentemente, a lo largo y ancho de Latinoamérica las tendencias (que no encarnaron en movimiento) reconceptualizadoras del servicio social no fueron gratuitos ni produjeron concesiones graciosas de las clases dominantes a una disciplina considerada, ayer como hoy (hoy menos que antier) el subproducto de la ciencia particularmente humano-social. ¿Significa esto que las reivindicaciones de los Trabajadores Sociales fueron conquistas de los portadores de la "ciencia proletaria" o popular?, pregunta que nos lleva de la mano a la siguiente: ¿en qué medida, si es po­sible medirlo, los derechos formales del Trabajo Social (igualdad, libertad y fraternidad con el resto de las disciplinas sociales) han pasado a ser valorados como conquistas reales o simbólicas de los grupos y clases subalterno-populares que supuestamente se han visto expresados o identificados con los mismos?. La realidad, la-fuerza-de-las-cosas, como diría Simone de Beauvoir, nos dice que tales derechos no-han-sido-ni-serán conquistas de ta­les grupos porque no están inscritos en las luchas de los trabajadores por mejorar sus condiciones materiales (espiritualidad incluida). Adquiere sentido, por lo tanto, plantearse el reverso de la pregunta: ¿en qué medida los derechos formales de las clases subalterno-populares han pasado a ser valorados como conquistas reales del Trabajo Social comprometido con los mismos?.
Dejo a la reflexión de mis colegas la búsqueda de respuestas a mis preguntas.
A la luz de una polémica que atravesó las primeras décadas del presente siglo y que enfrentó a Kausky, Lenin, Luxemburgo, Luckács, Bernstein y Korsch entre otros muchos dentro del marco de la Segunda Internacional Comunista, ninguna de estas preguntas podría obtener respuestas afirmativas. Al contrario, podría pensarse -y Latinoa­mérica es un ejemplo patético- que, dado el hecho de la unidimen­sionalización de los regímenes burocrático-autoritarios y la recesión política que acompañan a los procesos de trasnacionalización del orden económico y tecnológico internacional, se hizo inviable la concreción de proyectos político-culturales populares (Áesperanza cifrada en Nicaragua!), al menos en los años que restan del segundo milenio. En consecuencia con la derrota de la Guerrilla del decenio de los sesenta, la Reconceptualización quedó políticamente desactivada en los términos que se había planteado.
Ahora bien, si, esta cuestión así esbozada tiene sentido y si el Trabajo Social continúa aferrado a un compromiso afectivo-existencial con el Sujeto Revolucionario de la Historia en su versión ortodoxa -lo cual se reprime para no decir "Hasta Luego, Proletariado" (Gorz 1981), es per­tinente cuestionarse acerca de si las reglas del juego científico-político latinoamericano, particularmente centroamericano y específicamente costarricense, son las mismas hoy que antier. Una respuesta afirmativa nos parece anodina; una negativa, de perogrullo. Los sujetos históricos no son compartimentos estancos, estáticos, ­homogéneos, sino, plurales, complejos; las fuerzas revolucionarias ya no son exclusivamente las clases sociales tal cual fueron defi­nidas por los clásicos, ni el proletariado en su sentido amplio y no reducido a la clase obrera latinoamericana (Brunner 1982; Moulián 1982; Laclau-Mouffe 1982). Esto por cuanto aquéllas no prexisten, no están preconstituídas de una vez y para siempre, sino, que se constituyen y reconstituyen diferencialmente en cada periodo histórico-político, en los ámbitos contradictorios y ambiguos de la cultura, la ideología, la sexualidad, el proceso de trabajo, la familia, la cotidianeidad y las relaciones de poder y resistencia a través de los cuales grupos o constelaciones de estos se ven negados en sus derechos fundamentales (Mouffe 1982), en sus intereses y necesidades básicas, negación que, por lo demás, no está definida apriorístamente, sino, que se suscita, se activa en y a través del constante movimiento de los antagonismos y consensos inscritos en los diversos niveles, densidades y momentos de las prácticas sociales de los sujetos que luchan por la hege­monía, la democracia y la sobrevivencia.
Finalmente, sin perder de vista, claro está, que vivimos en una sociedad de clases, nuestro enfoque privilegia en la actualidad el momento de los grupos de base "que son categorías que el a­nálisis marxista muchas veces ha apartado o digamos que no tiene una interpretación para el análisis de estas categorías" (Mattelart 1981). De allí que, en tanto los grupos o clases subalterno-populares y lo-popular mismo (Faletto 19?9) no sean constituidos por los Trabajadores Sociales en categorías analítico-relacionales articuladas a un nuevo discurso teórico no-economicista y no-reduccionista que aborde la especifi­cidad de lo-social[5] (5), el compromiso del Trabajo Social con la satisfacción de las necesidades sociales (Abouhamad 1970; Heller 1985, 1981,1978; Baudrillard 1976) de aquéllos no representa una alternativa que asegure, por si misma, la concreción de un proyecto científico-políti­co cualitativamente diferente al que se descalifica como tradicional o conservador.







BIBLIOGRAFíA

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* Primera parte de la ponencia presentada al Primer Congreso Nacional de Trabajo Social, realizado en San José, Costa Rica, del 18 al 22 de noviembre de 1985. Versión ampliada y modificada de la primera parte de la ponencia “Pregun«ticas« para una reflexión autocrítica. Por un “Trabajo-Social por hacerse... científico", presentada por el autor al Segundo Encuentro Regional de Trabajo Social México, Centroamérica y El Caribe, realizado del 22 al 26 de octubre de 1984 en San Ramón, Costa Rica.
**Trabajador social, Planificador Social, Analista de Política Social. Profesor Investigador de Grado y Postgrado de la Universidad Central de Venezuela. Profesor invitado de la Maestría en Intervención Social de la Universidad del Zulia. E-mail: cbarran@reacciun.ve
[1]Decimos equivocadamente resuelto por cuanto las cuestiones de la ciencia no se solucionan, sino que se desarrollan y se superan. y a menos que se asuma que aquélla se encuentra exclusivamente en la academia universitaria y es detentada por quienes en ella trabajan y por su medio subsisten, en tanto que la técnica pertenece al ámbito del servicio social institucional, el problema de si el Trabajo Social es ciencia o técnica estaría resuelto para los primeros mientras que, para los segundos, la sustanciación bautismal de la Ciencia aún se continúa esperando..
[2] El Trabajo Social académico no pone en duda su carácter de superioridad científica sobre el de las otras prácticas no-aca­dé­micas de Trabajo Social: las realizadas en el Colegio, la Asociación, el Sindicato de Trabajadores Sociales y en instituciones públicas y privadas por Trabajadores Sociales titulados o no y por “colegas” sin estudios universitarios, o que habiendo estudiado sicología, educación, orientación y otras profesiones se desempeñan como Trabajadores Sociales.
[3] ¿Se violenta o respeta su intimidad, sea, su especificidad?, ¿se generan decisio­nes autogestoras o concentradoras de poder?, ¿se los cosifica o, por el contrario, se potencializa el poder simbólico de su propia palabra?.
[4] Recordemos que fue el médico-filósofo, marxista menchevique, ma­chista de la escuela empiriocriticista rusa, A. A. Malinovski, conocido como A. Bogdanov, quien proclamó la consigna antagónica Ciencia Burguesa vs. Ciencia Proletaria. Y al igual que otras consignas tales como Cultura Burguesa vs. Cultura Proletaria y Ciencia vs. Ideología, son juegos de oposiciones dualistas que se encuentran desvalorizadas teóricamente a partir de la obra de Gramsci (cuyo conocimiento sigue ausente en la caja de herramientas de los Trabajadores Sociales), la cual marca la fractura más radical con los reduccio­nismos más estructuralmente arraigados en la tradición ortodoxa ­del marxismo: el economicismo y el reduccionismo de clase.
[5] La sustancia conceptual de la socialidad de lo social, tanto como la politicidad de lo político, tampoco puede ser diluída en la exclusividad económica del proceso de producción y reproducción de la acumulación de capital, sino, que se inscribe en la materialidad misma de la compleja constelación de heterogéneas relaciones sociales las cuales no son reducibles a simples relaciones de o en la producción por más materiales que estas se nos aparezcan.

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